Cambio de destino. ¿Error o acierto?


 Después de tanto tiempo teniendo abandonado el blog he decidido volver a la carga, no sólo porque para mi es el momento propicio, sino porque sigo pensando que es una herramienta de ayuda para otras personas que estén en la misma situación que yo o que, simplemente, necesiten unas palabras de aliento. No soy ninguna experta, no penséis que quiero sentar cátedra. Nada más lejos de la realidad. Soy mujer de militar, con dos hijos y, posiblemente, las situaciones que he vivido o que esté viviendo en este momento serán iguales que las de otros y, si pueden ayudar, con eso me quedo. 

En los últimos meses he sabido de amigos y conocidos que han cambiado de destino y que han decidido mudarse con la familia. Cuando llega ese momento el vértigo es tal que no sabes si estás tomando la decisión correcta. Es lo normal, y realmente no lo sabes hasta que llevas ya tiempo viviendo en la nueva ciudad y se está asentado. Depende del lugar, de la vivienda, de los colegios, de si tienes familia cerca (normalmente no), de si el cónyuge tiene trabajo... Son muchos factores. Cada uno toma la decisión que cree oportuna y mejor para la familia. Os cuento nuestro caso, por si os sirve.

En 2016 surgió la posibilidad de cambio de destino, dos años antes del ascenso. Nosotros ya habíamos tenido un cambio anterior, en 2010 con mi hija recién nacida, aunque distinto porque al finalizar mi baja maternal me incorporé al trabajo y volví a casa con la pequeña(si me preguntáis ahora no lo haría, pero esa es otra historia). Seis años después pensamos que era el momento idóneo, una buena oportunidad. Yo estaba en paro, la niña cambiaba de ciclo y la oportunidad para mi marido era muy buena y queríamos estar una temporada sin misiones a la vista. Así que tocaba búsqueda de casa por internet lo más rápido posible porque necesitaba el empadronamiento para poder solicitar plaza en algún centro escolar (porque además siempre estas cosas ocurren fuera de plazo de matriculación). En cuanto le concedieron la vacante comenzamos con todo el proceso y en dos o tres semanas estaba todo en marcha. Sí, ya sé que no es lo habitual pero tuvimos suerte. 

Nos fue tan bien y estábamos tan contentos y a gusto que al llegar el momento del ascenso quisimos quedarnos. Que conste que no tenemos familia cerca que nos pueda ayudar. Yo me dediqué en cuerpo y alma a mi familia por decisión propia, y no me arrepiento para nada. Es un trabajo duro, especialmente durante las ausencias de mi marido. Imagino que habrá muchas (y muchos) que os sentiréis identificadas conmigo. Colegio, actividades extraescolares, médicos, ropa...Hay que estar pendiente de mil cosas a la vez y, en muchos casos (como el mío) sin familiares que te ayuden en momentos de necesidad de más manos. Pero aprendes. Aprendes a organizarte, a apuntarte las cosas para que no se te olviden, a que si un día la casa está hecha un desastre no pasa nada, a que si tienes un día malo no debes sentirte culpable. Y te haces fuerte y orgullosa, porque ahí sigues. Yo tengo la suerte de que mi marido no deja que caiga en el pozo de la autocompasión y me motiva y me mantiene en pie. Desde aquí, GRACIAS.

Aquí seguimos 7 años más tarde, con un miembro más en la familia  y con la certeza de que llegará de nuevo el cambio de destino en menos de dos años. Somos conscientes de que conforme nuestros hijos se hacen mayores el cambio va a ser más complicado. Mi hija ya va al instituto, tiene sus amigas y su vida está aquí. Al pequeño quizá le cueste el cambio, pero con el apoyo y amor nuestro seguro que les irá bien. Nosotros decidimos ir en bloque familiar, pero ¿qué ocurre con los que se quedan en casa y es el militar el que se desplaza solo? Pues nada, porque repito que esa decisión es sólo de ellos y es totalmente respetable. Qué manía con dar explicaciones de las cosas que hacemos. Hay mujeres que tienen un buen trabajo y no quieren dejarlo, o que no quieren cambiar a los niños de ciudad o de colegio. Da lo mismo,porque la valentía sigue estando y el sacrificio también. La vida pasa y los cambios llegan, de una manera o de otra. Lo que importa es cómo los afrontamos. ¿Es lo correcto? Ya lo iremos descubriendo y, si resulta que es un error, aprenderemos de ello.








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