Y la vida sigue...

Y aquí seguimos. Con el curso escolar ya finalizado y sabiendo que el tiempo se acaba. Tras la Semana Santa le dimos la vuelta al reloj de arena y nos percatamos de que está a punto de llegar a su fin. Estaba asumido, pero aún así se hace cuesta arriba. Son días en los que los sentimientos están a flor de piel y la mirada se queda perdida en alguna que otra ocasión. Pero esa cuenta atrás es algo que solo nos afecta a nosotros. Estamos sumergidos en una vorágine emocional que solo unos cuantos conocemos. Lo explicaré con un ejemplo.
En la misión de 2012, antes de ir al aeropuerto para despedirnos, decidimos hacer algo que para nosotros fuera normal, quería llevarse ese último recuerdo. Fuimos a un centro comercial a tomar algo, como habíamos hecho tantas otras veces. La diferencia era que en unas tres horas cogía un vuelo a Afganistán. Y allí sentados los tres, mirando a nuestro alrededor, nos dimos cuenta de un detalle que en un principio me molestó. La gente entraba y salía del supermercado, con sus carritos de la compra; padres y madres hablando sobre la fiesta de cumpleaños de su hijo de la semana siguiente; niños subidos a los hombros de sus padres... Y todos ellos eran ajenos a nuestra situación, ajenos a que en breve él cogería un avión y se iría durante 5 meses a trabajar 24 horas al día, 7 días a la semana. Vamos, que la vida seguía y me enfadé con todos ellos. Mucho. Afortunadamente supe darme cuenta de mi error y pensé en que, como con todo, cada uno tiene una vida y surgen problemas que debemos afrontar con serenidad. Los demás no tienen la culpa.
Durante los próximos seis meses pasaré por varios estados emocionales. Esto es una especie de advertencia a mis "compañeras de armas". Sabed que es normal. Un día os levantaréis con un energía inhumana, os comeréis el mundo y al mirar el calendario pensaréis que no queda tanto para la vuelta. Otro día no querréis poner un pie en el suelo, os sentiréis solas y sin ánimo. Pero sólo debéis pensar en que, al menos, nosotras tenemos la suerte de quedarnos en casa. Con nuestras familias, con los hijos, con los amigos. Ellos se meten en una burbuja en la que el tiempo se detiene completamente mientras que, fuera de ella, la tierra sigue girando. Sus hijos crecen, los de algunos nacen, y cuando vuelven se encuentran con esa realidad de golpe. Debemos ser fuertes por ellos. Que sepan que somos la mejor retaguardia que podrían tener. Ellos hacen guardia allí por todos. Nosotras la hacemos aquí por amor. Mis últimas líneas de este post son un mensaje positivo: en cuanto nos despidamos en unos días le daremos de nuevo la vuelta al reloj de arena contando el tiempo hasta el regreso.


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